Bogotá 5 de enero 2017
ESTA NAVIDAD MI CASA FUE EL PESEBRE
Hace unos días mi pastor envió un mensaje que hablaba sobre una empresa pesquera
japonesa. Esta buscaba una solución para que sus peces no perdieran el buen sabor y la
frescura, debido al sedentarismo que habían adoptado en el cómodo tanque que los
transportaba a su mercado final. La solución fue introducirles un tiburón en el tanque. El
peligro de este depredador los hacía moverse. Al final del mensaje, el pastor nos alentaba
a pensar ¿cuál era el tiburón de nuestras vidas? Eso me llevó a escribir el testimonio de lo
sucedido esta Navidad en mi familia.
Hace cuatro meses llegaron a mi casa mis padres, con mi hermanita y mi nana. Mi
hermanita es microcefálica y no tiene cerebelo. Eso la hace una persona muy
discapacitada: no habla, no camina, no controla esfínteres. Es como un bebé de 3 meses
en un cuerpo de 38 años. Por eso mi nana tiene 40 años en mi casa. Mis hijas le dicen Titi,
y llegó a mi familia el día que yo nací. En condiciones normales, su trabajo de nana habría
terminado hace muchos años, pero se quedó a cuidar de mi hermana. Eso le permitió a mi
mamá terminar su maestría, su doctorado y ser una increíble docente. Siempre he
pensado que Dios está muy orgulloso de mi mamá: huérfana, amorosa, exitosa, esposa
muy sometida a su esposo, un gran ejemplo. Sin embargo, después de esta Navidad, sé
que Dios la ha inscrito en otro estudio más: el Post doctorado de su vida.
Meses antes que mis padres llegaran, comencé a trabajar en terapia la manera de decirles
lo mucho que los amaba, pero la falta enorme que me hacía recuperar el tiempo que ellos
le habían dedicado a mi hermana discapacitada. Tenía muy presente el mandamiento de
honrar a padre y madre, así que debía buscar las mejores palabras. Necesita contarles
todas las cosas terribles que me habían pasado mientras ellos atendían a mi hermanita y
yo trataba de ser “mejor hija” para no convertirme en un problema más. Comencé a
encontrar las palabras, el valor y estaba atenta a que el Espíritu Santo me revelara el
mejor momento para hacerlo. Eso era una amenaza para el diablo, porque de seguro
traería perdón, luz y libertad. Así que hizo lo de siempre: oposición.
Las peleas entre mis padres se hicieron diarias. Mi nana, también envejecida, tenía menos
paciencia. Mis hijas adolescentes veían todo esto como el fin del mundo y yo sólo quería
que mi visita regresara a su casa. Perdí de vista mi propósito y anhelaba recuperar mi
comodidad. Quería sacar a esos tiburones de mi estanque. Pero Dios no se da por vencido,
así que me dio unos días de reposo mental fuera de casa, en un viaje de trabajo de 15
días. Al regreso, me sentía más preparada para hablar, pero de nuevo la oposición me
contagió de una influenza que me tuvo en cama varios días. Se la contagié a casi toda la
familia, pero mi Nana fue la que estuvo peor. Cuando ya todos estábamos más o menos
curados – a mi mamá apenas le quedaba una tos – mi nana seguía vomitando y con fiebre.
Acudí, como siempre, a mi familia eterna (de los mejores regalos de Dios en la tierra) y
llamé – una vez más – al doctor Ernesto Brun, quien paciente como siempre me
recomendó llevar a mi Nana a urgencias. Le dije que no tenía seguro porque solo había
venido de visita, pero él insistió… y menos mal. Esa misma noche, en la clínica Unisabana,
me dijeron que mi Nana podía morir de obstrucción intestinal. La operaron con una orden
de urgencia vital, mientras afuera del quirófano esperábamos lo peor. La Titi salió bien,
aunque le dejaron la herida abierta para drenar. Durante los siguientes 10 días de su
hospitalización, yo corría de la casa, al trabajo, a la clínica, a la casa. No podía descuidar a
mis hijas; además estaba en franca reconciliación con mi esposo (con quien estaba
volviendo a convivir después de un año y medio de separación), y debía atender a mis
padres. La presión subía, la paciencia escaseaba, mis clamores a Dios se hacían
angustiantes y en un día más difícil que los otros, el Espíritu Santo me indicó que hablara
con mi mamá. Antes de arrepentirme, me metí al cuarto con ella y sin preámbulos le
conté todo lo que había pasado años atrás, mientras ella dedicaba su tiempo a trabajar y
atender a mi hermanita. Los abusos a los que fui sometida, los vicios en los que caí por la
soledad, las malas amistades de las que me rodeé y – lo más liberador – le confesé que yo
nunca fui esa hija perfecta que le hacía la vida más fácil; sólo aparenté perfección para
darle paz.
Mi mamá y yo lloramos por largo rato. Me pidió perdón, le pedí perdón, y me fundí en un
abrazo como nunca había sentido en sus brazos. No podíamos echar el tiempo atrás, pero
estaba segura que ahora podríamos vivir mucho mejor el futuro.
Había dado el primer paso y sentía cierta paz, pero aún me faltaba camino. Así que me
mantuve orando, al tiempo que seguía en mi triatlón de casa, clínica, oficina. Además, la
cuenta de la Unisabana subía cada día por millones. En todas las visitas a Titi, ella me
preguntaba por su hijo, en Caracas (un joven de 30 años, con un dolor crónico por haber
tenido que cederle su madre a otra familia); yo la tranquilizaba diciendo que todos los días
hablaba con él para darle reportes, pero realmente no quería contarle a Alonso – el hijo –
todo lo que estaba pasando; tenía miedo de que él se viniera a Bogotá y yo tuviera otro
problema más en casa. Mi papá le tenía mucho resentimiento a Alonso, así como a
muchas personas y hechos de su vida. Ya la cosa en mi casa estaba suficientemente
complicada, sobre todo ahora que mi mamá había pasado de la tos a bronquitis. De nuevo
el doctor Ernesto salió a rescate y le recetó un tratamiento; pero ahora mi mamá estaba
tan débil que yo debía encargarme también de mi hermana (lo que no había hecho jamás
en sus 38 años).
El día que Titi iba a regresar a casa, después de una segunda operación para cerrarle la
herida, fui a visitarla como siempre. Le conté de la bronquitis de mi mamá y le pedí
consejos para el cuidado de mi hermanita. Ella, preocupada por toda la situación, me
recomendó que hiciera un “rezo o un ensalme” en mi casa. Solo escucharla me enervó y
allí – con o sin aviso del Espíritu Santo – aproveché para decirle todo lo que tenía
guardado. Le hablé de las consecuencias del pecado, de lo mala que era la idolatría, del
desorden y finalmente – más calmada – le hablé de Dios. Le traje a memoria las cosas que
hizo durante mi crianza que me quebraron el espíritu; lo mucho que me dolió que tomara
el puesto de mi mamá y le pedí perdón por los terribles sentimientos que tuve hacia ella.
Ella también me pidió perdón y de nuevo, ambas lloramos por largo rato. Pero todo cerró
en manos de Papá, porque Rita hizo la oración de fe y pude contarle de Jesús, de su
sacrificio y de la victoria que ya tenía en Él. Ella se asombró de lo real que es el mundo
espiritual y tomó fuerzas. Menos mal.
La Titi estuvo en casa apenas un día. El 24 en la noche, sin cena ni regalos, la llevamos de
vuelta a la clínica con fiebre – una vez más, gracias a la recomendación de Ernesto – y allí
la hospitalizaron de nuevo. En este punto estábamos muy preocupados por el tema
económico, la cuenta ya se estaba comiendo todos los ahorros. Estábamos desgastados y
no podíamos seguir escuchando malas noticias. Las mujeres de mi primer grupo de vida –
al que llamo mis hermanas guerreras – oraban sin cesar. También habíamos pasado el
caso a intercesión. Todo pasaba frente a mis ojos como una película parecida a Matrix,
donde podía discernir los duros efectos naturales de una cruel batalla espiritual. Se habían
realizado dos liberaciones de muchos años de prisión; Titi había hecho la oración de fe; mi
mamá ahora era más consciente de su rol materno; yo me había acercado a mi hermana
ahora que debía bañarla y cuidarla; y mi esposo había vuelto a casa. Esos eran los
verdaderos regalos bajo mi árbol de Navidad. Si les digo la verdad, yo tenía un gozo
irracional. Mi cuerpo estaba cansado, pero mi espíritu danzaba: sabía que había dado un
paso enorme en mi historia familiar.
El 28 de diciembre, cuando mi papá regresó de la clínica – porque ahora me hacía el
relevo mientras yo me encargaba de mi hermana y mi mamá – trajo malas noticias: Titi
tuvo que ingresar por tercera vez a cirugía porque la herida se había llenado de un líquido
infeccioso. La cosa se empezaba a complicar más; así que la fui a visitar al día siguiente.
Sólo estaría un ratito porque yo pasaría el día con mi esposo (era el cumpleaños de su hijo
mayor). Mi esposo había dado toda esta batalla conmigo, pasó las madrugadas heladas en
la puerta de la clínica esperándome para que no regresara sola; les cocinaba a mis padres
para que yo pudiera ir a la oficina; y me hacía masajes al final del día. Tal como se lo pedí a
Dios, estaba disfrutando de un esposo nuevo, con paciencia renovada, con una solidaridad
conmovedora y un buen humor sobrenatural. No lo remendó, lo renovó. Y estaba
haciendo su debut en medio de todo este lío.
Ese 29 de diciembre no pude quedarme solo un ratito en la clínica, porque a Titi le dio un
infarto. Ahora había que correr, la misma clínica que nunca accedió a un traslado porque
le parecía muy riesgoso, me pedía que le buscara dónde llevarla que le dieran cuidados
coronarios. Como Dios todo lo planea de antemano, el día anterior me había conseguido
con el pastor. Por supuesto le conté toda telenovela en un pitch de 10 minutos y me
recomendó hablar con Jackie Jaimes, otra hermana de mi familia eterna, esa que Dios te
concede en la tierra para disfrutarla más en la eternidad. En medio de la urgencia del
infarto, Jackie logró un milagro: encontrar una cama en la UCI del Hospital Santa Clara, ese
que tiene la unidad coronaria recién inaugurada y donde trabajan los mejores médicos de
Bogotá. Según las enfermeras, esos traslados se hacen – por rápido – en 3 días. Jackie
puso sus dones al servicio de Dios y en 4 horas estábamos entrando al Santa Clara.
Ahora sí tuve que llamar a Alonso, el hijo de Rita, para decirle que se viniera de cualquier
manera a Bogotá. No sabía si vería a su mamá viva, pero tenía que intentarlo. Mi familia
en Caracas se movilizó, reunieron efectivo y lo montaron en el primer bus a la frontera.
Ese trayecto por sí solo, es otro testimonio de ayudas divinas, de poder sobre las naciones
y de promesas de Dios cumplidas. Alonso llegó a mi casa el 1 de enero a las 2am, y se
acostó en la cama que le tendió mi papá, después de cenar un plato navideño también
calentado por mi papá. Dios de nuevo tejiendo reconciliaciones.
La alegría de la Titi al ver a Alonso le bajó considerablemente esa infección que ya le había
invadido todo el cuerpo. Ahora nos tocaba ir a hablar con Trabajo Social; teníamos que dar
la cara aquí también, aunque en la clínica aún teníamos una deuda de muchos millones
(que milagrosamente nos dejaron pagar en varios meses sin intereses). Yo iba orando en
cada paso, declarando palabras de provisión, pidiendo la presencia explícita del Espíritu
Santo en esa reunión. Y no pudo hacerse más presente. La trabajadora social escuchó
todo el caso, quién era Titi para mi familia, el sacrificio que hizo el hijo al venir, la deuda
que teníamos en la Sabana y la realidad venezolana de la que se había salvado mi Nana
(de haber ocurrido todo esto en Venezuela, Titi habría perdido su eternidad). La sorpresa
fue máxima cuando la mujer nos dice que, analizando el caso y por las opciones del
sistema, sólo tendríamos que pagar el 10% de la cuenta. Yo comencé a llorar, no lo podía
creer, otro milagro. Pero ella se levantó de su puesto, entró a otro cuarto, regresó y nos
dijo que le habían permitido que solo fuera el 5%. Le agradecimos, la abrazamos, oramos
por ella. Y finalmente al imprimir el acuerdo, nos dijo que había conseguido una ayuda del
100% para Titi. Estoy segura que la trabajadora social aún debe pensar que estoy loca
porque yo lloraba, bailaba, alababa, oraba y agradecía, todo al mismo tiempo.
Llegué a casa a contarle todo a mis padres, a chatearles a la familia en Caracas (quienes
habían enviado sus ahorros para pagar parte de la clínica), y a contarle/agradecerle a
Jackie, quien terminó de rematar el testimonio del día. Ella me confirmó que Titi había
quedado inscrita en un programa de ayudas a extranjeros venezolanos, que este hermoso
y solidario país tiene implementado. Podría terminar su recuperación en el hospital y las
consultas externas que necesitara.
Como Dios no hace nada a medias, Alonso ha seguido visitando a Titi, quien va en franca
mejoría. Él es diseñador de maletas y accesorios, y Dios logró reunirlo con otra hermana
de mi familia eterna de Semillas de vida, quien lo recomendó con una amiga para
asociarse y poder producir juntos, y así mantener a su mamá. Alonso también conoció a
Dios de cerca y hoy asiste a la iglesia.
El domingo 14 de enero mis padres regresan a Caracas. No voy a negar que eso me genera
tristeza y me tienta la angustia; pero sé que Dios no deja de ser fiel. Y escribí este
testimonio para darle toda la gloria a ÉL, quien hizo que esta Navidad mi casa fuese el
pesebre donde volvió a nacer Jesús, donde llegó y sacó toda la basura que estaba
guardada bajo la alfombra, sólo bastó disponer el corazón, reconocer que sería un proceso
duro y doloroso, pero que de su mano se pudo llevar – incluso con gozo – hasta ver su
obra en mi familia.
ROSA CLEMENTE